Cada amanecer, Rosa sale desnuda a la terraza, sonrojada se aplica la crema deprisa y espera que el sol bañe sus curvas rebeldes, fiel a mis consejos. La mayoría de los vecinos madruga a escondidas por no perderse los meneos de la atractiva cuarentona. Mi único interés está en ellos, hipnotizados por su danza, pues ella se encarga de seguir al pie de la letra mis palabras como obediente títere, hasta que es interrumpida por las groserías de sus agraviadas esposas.
