lunes, 17 de octubre de 2022

¿romA?



Siete, como las vidas que debería tener un gato, respondí. La dependienta me entregó el ramo de rosas y agradeció la propina. Raquel le esperaba, como cuando se prometieron en el parque hace catorce años, en un banco de piedra del cementerio. Nervioso, indeciso por los remordimientos, no quería hacerla esperar.

Por el camino, corto paseo, recordé cómo nos conocimos, escapando de los grises y las bolas de goma, durante una manifestación estudiantil un 14 de abril hace ya quince años, parecía que fue la primavera pasada. Cómo imaginar que el patriarca del clan Heredia-Vargas, abuelo de Raquel, cuando supo que este jovenzuelo era el querido amigo de su nieta favorita, una de las gemelas, pondría el grito en el cielo en cuanto el chico se despidió y cruzó el umbral de la puerta. ¿¡Un payo, un payo, que baje dios y lo vea, pero que he hecho yo para merecer esto!? Gritaba sin preocuparse por la reacción de los alarmados vecinos.

Me detuve al pisar la gravilla y suspiré. Unas niñas jugaban y reían, bajo la mirada de sus padres, sendero arriba entre los cipreses; a un lado una anciana retocaba una corona de claveles tatareando una tonada, un poco más adelante los bancos de piedra. Ahora comprendía por qué Raquel eligió este sitio, Sofía nunca sospecharía de encontrarme allí.

Mayor fue la vergüenza que pasé cuando llevé a Raquel a casa para presentarle a mis padres y hermano. Esperaba un momento cálido, privado e íntimo y mi madre organizó todo un circo con primos, sobrinos y tíos, cuyos nombres ni recordaba. ¿Besos y abrazos? Solo susurros, codazos, y esa profunda incomodidad que un ominoso silencio subrayaba al paso de Raquel. Después abrazos a una cuarta del pecho, roces de mejilla y besos al aire. Aunque ninguno, aquella tarde, pudo derrotar su sonrisa.

Siempre embriagado por el éxtasis que me producía el contraste del brillo oscuro de su piel húmeda con sabor a hierbabuena sobre mi blanco vientre, el aroma a mirto de su cabello, sus ansiosos ojos felinos, sus dientes descolocados invitando siempre y ese ceceo tan risueño que disolvía arrugas en mi frente. Con ella pasaba por alto aquellos detalles que ahora me atormentaban.

Aspiré aliviado y esperé sentado en el banco.

Tan poco fue para tanto, ¿verdad? —susurró Raquel en mi nuca—. No, no mires, disimula o me voy.

Vale, testaruda. ¿Sabes? Adivinaste lo que pensaba —Cerré los ojos mientras me estremecía su silencio—. Despreocúpate Raquel, aquí no nos encontrará nunca Sofía.

¿Cuánto lleváis juntos? Diez, once años. Tenéis ya dos niños y el tercero en camino. Mi hermana gemela… la mayor de las dos y no la conoces aún... ¡Ay, mi rey, tan ingenuo como siempre, te comería todo!

¿Te gustan? —Sonreí inseguro.

Sabes de sobra que son mis flores favoritas. Déjalas ahí, junto a esa lápida, para que pueda disfrutarlas luego.

Estuve a punto de no venir.

Seguro que no se lo has dicho aún.

No encuentro la ocasión, Raquel, no quiero que sufran… ni ella ni los niños. Pero no puedo vivir sin ti.

Ya hemos hablado de esto, y habíamos llegado a un acuerdo. No... podemos... seguir... así.

Pero, Raquel, tienes que comprenderme —La angustia me torturó. Risas infantiles lejanas arañaron mis tripas. La lápida pareció deslucirse.

¡Anda! mira quién viene por el sendero. Si son tus nenes.

Asustado levanté la mirada. Mis hijos correteaban acercándose entre los macizos de flores. Sofía, con el vientre abultado, les seguía más atrás. No me dejes solo, Raquel, imploré mirando detrás mía, pero ya no estaba, se había escabullido entre los panteones o los cipreses más cercanos. Quedé embrujado como la estatua del ángel caído.

¡Papi!, gritaron al unísono al verme, y corrieron para abrazarse a mi cuello con tal cariño que mi corazón parecía descascarillarse por dentro. Los abracé como si fueran a desaparecer para siempre de un momento a otro y la vista se me nubló ante su sombra. Qué bella estaba embarazada.

Sofía, déjame que te explique.

Por favor, cariño, qué tienes que explicarme.

Tú, tú no… cómo lo explico… hoy... camino a la oficina, me encontraba mal... no podía aliviar ese dolor. Pensé en pasear… llegué hasta aquí...

Mis hijos me miraban sin sonreír. Me faltó el aire.

Niños, chocolate con churros para quien recoja el racimo de flores más bonito para papá... sin alborotar ¿vale? —Les engatusó Sofía. Se escabulleron en busca de flores, y sin los niños claudiqué.

Es Raquel, aún la quiero.

Yo también. Cada día que pasa la echo de menos.

¿¡Cómo!? —Un presagio atenazó mi garganta.

Sofía se sentó y agarró mis manos.

Ya son muchos años en los que no dejo de culparme por no haber llamado a la policía aquella noche en la que mi padre la encerró.

Pero... escapó... no estaba allí. ¿Verdad?

No, Manuel, desapareció, nunca regresó y mi padre jamás confesó la verdad—. Temblando me besó la mejilla —Y no es la primera vez que tenemos esta conversación aquí.

Sofía extendió la mano. Una pastilla brilló blanquecina.

Llevas tres días sin tomarla.

No puedo. Perderé a Raquel, otra vez —Sentí la garganta seca.

Sólo la recordarás… y no volveremos aquí por bastante tiempo —El mármol veteado refulgía bajo las rosas—. Por favor. Antes de que regresen los niños. Me pidieron en secreto, que al llegar a casa volvamos a ver juntos el álbum fotográfico de nuestra boda.




 

miércoles, 12 de octubre de 2022

Reto de escritura 5 líneas – Octubre 2022 – Hijo, biografía y trabajo.

 


Esparcí la documentación sobre la mesa, escruté las fotos de su hijo, cuñada y marido mientras ojeaba su biografía y analizaba su rutina semanal. Seguía desplazándose al trabajo en autobús... Sin escolta. Anoté: comprobar rutina, inconsistencia, poco fiable. Parecía un encargo fácil, no sería complicado simular un accidente o provocar un infarto. Lo difícil sería encontrar una buena coartada para que no me vincularan con la muerte de mi exmujer.

 

 

Reto de Escritura: Escribir Jugando - Abril - Ligera como una Pluma

  Crea un microrrelato o poesía (máx. 100 palabras) inspirándote en la carta. En tu creación debe aparecer algo relacionado con la imagen de...