domingo, 17 de enero de 2021

Pongamos que hablo de Madrid

 

Mis oídos amontonan mis latidos, protesta dolorido el fluorescente, mi vida partida en trocitos por el segundero, en momentos así huyo de mi casa y acabo donde siempre. Sin bastón, con el mapa escrito en la memoria, recorriendo la M-30 para acabar en el túnel del Manzanares. Allí todo es sencillo, solo debo contar mis pasos en línea recta. Sin embargo las manos me sudan con el rugido de los motores, el flequillo se alborota con las corrientes de aire que levantan los camiones, pitidos e insultos. Tras más de seis mil pasos freno y recuerdo aquel encuentro.

La escuché llegar arrastrando sus pies, la saludé y se sobresaltó entre risas. Me confió que había tenido un mal día. Esos días, los malos, ella pasea por la calle con los ojos cerrados.

Inspiro y levanto los brazos pegado a la pared, tanteo a la derecha, luego a la izquierda. Nada.

Aquel día ella me inició, me cogió una mano y la levantó sobre mi cabeza. Enseguida sentí el calor en mi mano y el vello erizado. «¿Lo sientes?, no abras los ojos o se esfumará la belleza», me dijo y sonreí. De pronto sonó su teléfono y se despidió con la promesa, antes de salir corriendo, de regresar la semana siguiente.

Hace tres años de esto. No he vuelto a encontrar el aura cálida sobre mi cabeza, el hormigón está agrietado y aplastado el bordillo. Y aunque cuento hasta tres cogiendo impulso, siempre acabo sacando el bastón de la mochila.

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