María
inspiraba satisfecha el aire otoñal camino del trabajo. Ese día
había decidido saltarse la prohibición de no llevar mascarilla y
sonreía de placer. Eso sí, después de aspirar despistada junto a
unos contenedores desbordados repletos de moscas, que la hicieron
estornudar repetidamente, tomó precauciones evitando subirse al
autobús y acercarse a la basura, no fuera a incubar algún virus
extraño.
Pero
el frío, las aglomeraciones humanas y la insalubridad urbana no
perdonan. A la semana comenzó la congestión nasal y la febrícula,
pero no se alarmó, supuso que sería catarro. Sin embargo esa noche
se despertó con las sábanas pegadas por el sudor, un fuerte dolor
en la frente y la nariz taponada por un flujo traslúcido. ¡La gripe
me ha cazado!, se dijo. Así que llamó al trabajo para comunicarlo y
pidió cita en el ambulatorio.
La
sala de espera estaba atestada, como imaginaba, se puso los
auriculares para escuchar chill out y conseguió relajarse. Pero las
cosquillas en la nariz y el uso de los pañuelos la traían de
regreso a la realidad. Sus mocos tenían ese tono verdoso amarillo
algo sanguinolento. Suspiró asqueada arrugando el pañuelo. Pero los
picores continuaban y el último pañuelo quedó más rojo que verde.
Inquieta fue al baño buscando papel higiénico, pero no quedaba
nada. Angustiada por el picor se sonó la nariz en el lavabo.
Un
chillido en el baño alarmó a todos. Encontraron a María
inconsciente en el suelo y el lavabo salpicado de unas mucosidades
llenas de larvas.