Saludó a los agentes y cruzó el cordón policial, esquivó los charcos del
suelo en el portal donde bajo una luz mortecina esperaba el
subinspector de la científica. Le confirmó el modus operandi a la espera
de la autopsia, pero no cabían dudas de la autoría del crimen. La mujer
sentada en el váter, el varón tumbado en el sofá, el adolescente en la
butaca y la televisión encendida. Sin signos de violencia, solo tenían
un beso en la frente.
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