Al
ser menor de edad no pude verle, le encontraron caído en su cuarto,
en su puño un bote vacío de barbitúricos. Al viejo matasanos no le
hizo falta más para concluir lo sucedido: Huérfano, introvertido,
veintiún años… un accidente. Él párroco no hizo muchas
preguntas y la familia lo enterró de inmediato. Mi padre prohibió
que saliera de casa pero pocos días después me escapé consumida
por la pérdida.
Atormetada
podría haber cerrado los ojos, como aquella primera vez, agarrada a
su brazo, seducida por el aroma de los cipreses, las calas maceradas,
el susurro del céfiro acariciando el vello bajo mi vestido y el
canto del Cuco, pero la fetidez del osario me devolvía al desolador
rincón en que se había convertido nuestro patio de juegos en el
camposanto.
Aquellas
noches fugaces entre velas y cartas del tarot, comunicándonos rara
vez con los difuntos sobre frías losas sepulcrales. Extraviaba mi
atención, tras alguna estrella fugaz, con el oculto anhelo de que se
cumpliese mi petición y él se me declarase por fin. El desaliento
regresaba a mi corazón camino al pueblo tras invocaciones,
escalofríos de ultratumba, posesiones y risas incontroladas que
brotaban de mi incredulidad. En ocasiones él turbaba su rostro para
acabar diciéndome: Al final creerás. Pero mi sonrisa volvía a
iluminar su rostro hasta que nos despedíamos a la vista de mi casa.
La
noche de San Lorenzo quedamos temprano. Me musitó: Será una
sorpresa inolvidable para el resto de tu vida. Mi corazón danzó,
pero la lógica se impuso acallando mis fantasías y ahogó las
ascuas de mi pecho evitando otra decepción. Fuimos hasta el
cementerio y allí me vendó los ojos y me agarró de la mano.
—¿Dónde
me llevas? —El silencio y un tirón en mi mano fue su única
respuesta.
La
noche estrellada posaba el relente perlado, pero el roce de su cuerpo
mitigaba el frescor. Saliendo del camino me guió por un sendero
estrecho e irregular entre matorrales y zarzas hasta llegar a un
empedrado de grava.
Sentí
la presencia ante mí de una mole fría, silenciosa, que oprimía mi
ánimo de forma tan insoportable que apreté su mano hasta que gritó
lastimado. Me quité la venda e involuntariamente retrocedí
intimidada. La que todo el mundo en el pueblo apodaba la “Casona
del Indiano” acechaba repelente. A sus pies un gato negro escapó
por el albañal de la puerta y en ese momento el sortilegio
desapareció dejando un escalofrío persistente en mi espalda.
Con
las ventanas cegadas, la oscuridad del interior no tenía sombras y
en esa negrura él se desenvolvía como un murciélago tras su presa.
Intuía su cuerpo oyendo sus pasos hasta que tropecé con el
pasamanos de la escalera. Perdí la cuenta de los escalones mientras
crispada ascendía apoyada en la polvorienta barandilla sin sentirle.
En
el descansillo busqué de nuevo la seguridad de la barandilla, pero
vencida y arrancada de su sitio mis brazos se tensaron en acrobacia
buscando alejarme en equilibrio del abismo que imaginaba a mis pies.
Arrastré los pies hasta apoyarme en la pared con la respiración
agitada.
—¿A
qué juegas? —dijo desde no muy lejos—. Llevo un rato esperando.
—Te
estaba poniendo a prueba —dije disimulando mi inseguridad antes de
seguir sus pasos al gabinete próximo.
Al
entrar tropecé con él y sus risas sonaron maliciosas en aquel
cuarto espacioso. Encendió por fin la vela sobre un pentáculo de
tiza e iluminó la pared más alejada.
—¿Ves?
—dijo examinando multitud de símbolos, palabras, dibujos y manchas
de humedad que tatuaban la desconchada pared con el mismo
detenimiento que la tumba de un faraón—. Son mensajes del más
allá, comunicaciones de aquellos que murieron sin poder transmitir
sus últimas palabras.
Su
gesto, su postura encorvada y la luz de la vela proyectaban una
sombra parecida a un córvido comiendo carroña al pie de un armario
ropero alto, estrecho y desfondado. Reprimí la risa pero la mueca
que puso desbarató mi intento y mis carcajadas llenaron la
oscuridad.
—Pareces
un cuervo —dije y le quité la vela de la mano mientras le daba un
beso en la mejilla. Sonreí ingenua, mis ojos vidriosos le
devolvieron a este mundo cuando yo escapaba por la puerta pidiéndole
que me atrapara.
Qué
lejano parece ya el verano. Volveríamos allí muchas noches
inolvidables, podría recordar cada símbolo, palabra y mancha que
cubría aquellas paredes cual sepulcro egipcio.
No
sé cómo he vuelto a llegar aquí sola, de nuevo ante la huraña
casona de ventanas tapiadas, sin ojos suficientes para mirar a
diestro y siniestro, temblando con cada paso sin saber porqué,
obligándome a no huir con cada crujido de la escalera, por cumplir
la promesa que le hice en vida a mi amor, por conocer sus primeras
palabras después de llegar al Tártaro, espeluznante desvarío
premonitorio.
El
cuarto parecía haber encogido con todas las inscripciones. Fui
recorriendo minuciosamente cada pared hasta llegar al armario ropero,
alargado, como un ataúd. Lo miré perpleja, no lo recordaba así. De
pronto suspiré aliviada, recordando que siempre había permanecido
abierto por no tener fondo. Mi respiración se aceleró al tirar del
pomo, la vela dibujó una sombra huidiza en la pared y me acerqué un
poco, olía mohoso. La pintura estaba arañada como si un loco
hubiera intentado escapar atravesando la pared. Tragué saliva,
retrocedí, mis labios temblaban incontrolados. Aparecían marcadas
con las uñas estas palabras casi ilegibles: Estoy vivo, prima.
Esta
es la historia que aporto a esta edición del concurso de El Tintero
de Oro y que en esta ocasión está dedicado al Terror Gótico y a la
obra del maestro del relato corto Edgar Allan Poe. Como solicitan las
bases del concurso se pide que en narración debe aparecer un
personaje, objeto o lugar de alguno de los cuentos de este autor. Yo
he elegido el Cuervo y el Gato Negro. Aunque aparecerán otros
lugares comunes de la obra de este gigante de la literatura.
Espero que disfruten con la lectura del relato.
Muy bien contado.
ResponderEliminarTiene la atmósfera de algunos cuentos de Poe, con esos romances extraños, con mujeres pálidas y misteriosas.
Con lo que parece un romance entre primos, algo que se ha dado en la vida real de Poe.
Tiene algo de la extrañeza, en que no se sabe si es real lo que pasa. O si es una alucinación de la narradora.
Saludos.
Hola, Demiurgo. Te agradezco mucho que compartas las impresiones que te causó la lectura del relato. Y me alegra que te haya parecido que está bien contada la historia. Gracias por tus generosas apreciaciones sobre el cuento.
EliminarUn abrazo.