Pietro intentaba dar volumen al flequillo de Don Vito, pero era imposible gobernar aquellos cuatro pelos en la incipiente calvicie. Qué diría su difunta madre si le viese así, aturullado, con los ojos saltando del cuaderno del mafioso a su ajada pelambrera; dando vueltas, peine en mano, alrededor de la silla bajo las atentas miradas de sus gorilas. Por Dios, que no me tache, descompuesto se repetía, esperando oír el lapicero sobre el papel... pero solo escuchó el “va bene” del capo.
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