Las manos etéreas agitaron el cubilete con la parsimonia que solo da la eternidad, los dados repiquetearon en los cielos gloriosos arrojando relámpagos y truenos.
La tempestad seguía azuzando inclemente aquella noche de Enero de 1832. El buque medio desarbolado por los vientos peleaba por trepar las enormes olas que sin tregua le iban arrinconando contra la Costa de la Muerte. Los marineros más curtidos se mantenían en cubierta, atados a cabrestantes y aparejos, forcejeando entre la espuma para descabezar el abatido palo trinquete. El timonel oteaba desesperado la oscuridad sin hallar el maldito faro fantasma. Un nuevo resplandor les hizo abandonar su lucha para asirse horrorizados al maderamen. La montaña de agua y el trueno embistieron al unísono la nave, arrancando aparejos, partiendo el palo mayor, e inclinando la embarcación hasta asomar la quilla. El capitán no pudo impedir que el bergantín zozobrase aquella calamitosa noche.
A la tarde siguiente, los restos del naufragio encallaban en la arena, el salitre que las rachas de viento arrastraba teñía de gris los raqueros que deambulaban por la playa rapiñando los cadáveres y la mercancía de valor que la mar les regalaba. Pero evitaban acercarse, santiguándose, al desharrapado superviviente que arrodillado con los brazos en alto clamaba a los cielos con voz compungida; jurando al todopoderoso que por salvar su vida se ordenaría sacerdote al regresar a Shrewsbury, su pueblo natal. Un anciano gritó pidiendo ayuda, con esfuerzo sacaron un cofre bajo los restos de un bote con la inscripción HMS Beagle.
El punto Jonbar que he seleccionado es el inicio de la travesía del bergantín HMS Beagle en la que Charles Robert Darwin se embarcó en 1831. Indirectamente también uso otro punto Jonbar que sería la existencia probada de algún ser todopoderoso que dirige los destinos de nuestras vidas. La consecuencia sería que Charles Darwin abandonaría sus estudios como naturalista, biólogo y geólogo, dando al traste con su futura teoría de la evolución y selección natural. Nos quedamos sin su aclamado libro El origen de las Especies. Y por supuesto dejaríamos de ser primos hermanos de los chimpancés, gorilas, orangutanes y demás primates. Seríamos herederos involuntarios de Adan y Eva y su pecado original, al menos para el grupo humano que profesa aquellas religiones que se fundamentan en el Antiguo Testamento...
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