viernes, 10 de diciembre de 2021

Burbujas de Navidad

 



Varsovia, 24 de diciembre de 1939.


Ayer recibí el regalo de navidad de mi abuela. ¡Qué ilusión me hizo! Mi primer diario. Ella no podrá pasar las Navidades con nosotros, como todos los años, pero me ha asegurado que para la Epifanía vendrá a visitarnos quieran los alemanes o no. Sonriendo, he guardado la carta como si fuera un tesoro.

Hoy madrugué para finalizar la tarea escolar que diariamente mi madre me marca, quería acompañarla al mercado pues la criada está con su familia. Aunque la calle Grodzka estaba concurrida y llena de carros, los puestos estaban medio llenos. Los que se iban con las manos vacías achacaban la subida de precios a la guerra. Mamá sonreía cuando regresábamos mientras saludaba a conocidos y amistades, llevábamos las cestas llenas y nos envolvía el olor de las hortalizas y las carpas.

Subiendo las escaleras de nuestro edificio nos encontramos en el descansillo a nuestros vecinos, la familia Luski. Mi madre les dio un prolongado abrazo a Raquel y sus hijos. Se interesó por Elías, su marido, e insistió en que cenaran con nosotros. Sería una alegría compartir la Noche Buena con vosotros, dijo.

Hacía semanas que no los veía, y me sorprendí pues los mellizos siempre habían sido algo rollizos. Ahora estaban pálidos y la ropa les quedaba holgada. Los tres llevaban cosida en la manga una cinta blanca con una estrella azul dibujada. Más tarde mis padres me explicaron por qué nosotros no llevábamos la estrella y al señor Luski le habían expropiado su negocio de empeños. Al enterarse mi papá de que vendrían a cenar arrugó la cara.

En la sobremesa mi madre encendió la radio, les gustaba escuchar música clásica. El concierto comenzó y mi padre me susurró, llevándose el índice a los labios, es el Mesías de Handel. Mi madre apoyaba la cabeza en su hombro y estrechaba la mano de mi padre entre las suyas. Los dos sonreían con los ojos cerrados, yo también los cerré, entre las cálidas voces del coro y los instrumentos me transportaron a la sala dónde la orquesta y …

¡Jarek, Jarek… cariño, están llamando a la puerta! —dijo mi madre desde la cocina.

¡Ya voy! —respondí con disgusto mientras guardaba el diario.

Deben ser los Luski —afirmó mi padre. Las campanas de la Iglesia de Santa Ana daban la hora.

Les dimos la bienvenida con calidez. Mi padre estrechó con fuerza la mano de Elías. Llevé los obsequios, que traían envueltos en papel de periódico, bajo el reluciente árbol de navidad. Y tras quitarse los abrigos nos quedamos todos mirando en silencio, en medio del salón, la estrella azul de sus mangas.

Disculparme un minuto —dijo mi madre mientras se escabullía por el pasillo.

Regresó de inmediato con un par de chaquetas y dos jerséis. Mi padre rogó encarecidamente con un escueto: Por favor. No hubo que insistir a los sonrientes mellizos.

El aroma picante de la sopa nos abrió el apetito. Las gafas empañadas de Elías apenas dificultaron que saciara su hambre atrasada entre parabienes y risas. Los mellizos con los dedos pringosos no rechazaban ningún plato y su madre sonreía mientras los miraba sin dejar de ensalzar las carpas fritas.

En los postres Elías se sinceró con mis padres, confesando que tenían en mente huir al día siguiente a Suecia cruzando el Báltico en balandro. Mis padres entendían su determinación pero señalaron la dificultad de la travesía en invierno. Asimismo, alimentaban la esperanza de un cambio: El gobernador alemán era letrado y procedía de la magistratura. Las injusticias pronto cesarán, les dijo mi madre. Además, continuó mi padre, el ejército Británico ha desembarcado en Francia, es cuestión de semanas para que retomen los aliados la ofensiva. Hitler tiene los días contados.

Mi padre sintonizó la radio para escuchar el boletín de la BBC y los adultos se aproximaron al receptor para no perderse detalle. El matrimonio Luski fue relajando su semblante según escuchaban el noticiero. Comenzaron a dudar sobre la conveniencia de huir ya mismo y se plantearon intentarlo en primavera, mientras tanto sus hijos abrían sus regalos.

Al desenvolver el mío descubrí que era el gastado tren de madera con el que tantas veces había visto jugar a los mellizos. Cuánto había ansiado tenerlo cuando me lo dejaban unos minutos para disfrutarlo y dudaba si escapar corriendo con él hasta mi casa.

Unos ruidos en la calle nos silenciaron y los mayores se pusieron en pie bruscamente. Raquel estrechó a sus hijos mientras mi madre apagaba las lámparas. Mi padre entreabrió ligeramente los pesados cortinajes. Una patrulla de achispados soldados alemanes avanzaban por la calle, el golpeteo de sus botas contrapunteaba las estrofas que entonaban alegres. Los edificios, mudos, parecían tiritar al son del villancico; tres ventanas coloreaban la estampa que comenzaban a cubrir ingrávidos copos.

Mi padre reconoció la canción y comenzó a tararearla, le acompañó cantando mi madre, me abracé a ella sonriendo pues conocía el villancico, los mellizos intentaban acompañarnos mientras sus padres sonreían tensos en silencio. Minutos después de cantar aún brillaban nuestros ojos, para los Luski fue el momento adecuado de la despedida.

Han transcurrido incontables inviernos, los recuerdos se han ido extraviando, pero nunca olvidaré aquellos interminables abrazos. Miro absorto el envejecido tren que sujeta mi nieta en su regazo. Sonrío, cierro mi diario y recojo el montón de postales que he ido recibiendo cada año, felicitándome la Navidad, desde Jerusalén.

 

 
 



 

lunes, 15 de noviembre de 2021

Reto de escritura 5 líneas – Noviembre 2021 – Gustaría, progresar y tarea.

 


 

Me gustaría que la tarea pudiera progresar de un modo diferente.

¿Modo...ya no quiere que acabemos con él?

Por supuesto que sí. Solo que, un atropello es algo tan... ¡¿fortuito?! Mi hija acabará culpando al destino.

¿Y un ajuste de cuentas por drogas?

Pero si el imbécil de su prometido ni fuma.

No se preocupe, eso déjelo de nuestra cuenta. ¿Seguimos sin asustar a su hija?

Por supuesto, pobre niña mía, tener que pasar este mal trago.

 

lunes, 8 de noviembre de 2021

El catarro

 


María inspiraba satisfecha el aire otoñal camino del trabajo. Ese día había decidido saltarse la prohibición de no llevar mascarilla y sonreía de placer. Eso sí, después de aspirar despistada junto a unos contenedores desbordados repletos de moscas, que la hicieron estornudar repetidamente, tomó precauciones evitando subirse al autobús y acercarse a la basura, no fuera a incubar algún virus extraño.

Pero el frío, las aglomeraciones humanas y la insalubridad urbana no perdonan. A la semana comenzó la congestión nasal y la febrícula, pero no se alarmó, supuso que sería catarro. Sin embargo esa noche se despertó con las sábanas pegadas por el sudor, un fuerte dolor en la frente y la nariz taponada por un flujo traslúcido. ¡La gripe me ha cazado!, se dijo. Así que llamó al trabajo para comunicarlo y pidió cita en el ambulatorio.

La sala de espera estaba atestada, como imaginaba, se puso los auriculares para escuchar chill out y conseguió relajarse. Pero las cosquillas en la nariz y el uso de los pañuelos la traían de regreso a la realidad. Sus mocos tenían ese tono verdoso amarillo algo sanguinolento. Suspiró asqueada arrugando el pañuelo. Pero los picores continuaban y el último pañuelo quedó más rojo que verde. Inquieta fue al baño buscando papel higiénico, pero no quedaba nada. Angustiada por el picor se sonó la nariz en el lavabo.

Un chillido en el baño alarmó a todos. Encontraron a María inconsciente en el suelo y el lavabo salpicado de unas mucosidades llenas de larvas.

 

 

martes, 12 de octubre de 2021

Elegidos para la gloria.

 

Glosario:


Nave Soyuz: La nave espacial Soyuz es un modelo de nave espacial tripulada que forma parte del programa espacial de la actual Rusia.

ISS: La Estación Espacial Internacional (en inglés, International Space Station [ISS]; es una estación espacial modular ubicada en la órbita terrestre baja (400 Km. Aprox.).

Banda Ku: El Segmento Orbital Estadounidense de la ISS hace uso de dos enlaces de radio diferentes: los sistemas de banda S (audio) y banda Ku (audio, video y datos). Estas transmisiones se enrutan a través del Sistema de Satélites de Seguimiento y Retransmisión de Datos estadounidense.

Nave Progress: Es una familia de naves no tripuladas rusas utilizadas para llevar víveres y combustible a estaciones espaciales.

Traje Sokol: El traje espacial Sokol es un tipo de traje espacial, descrito por sus creadores como un traje de rescate, y no está previsto para ser utilizado fuera de la nave en una caminata espacial (EVA).





ELEGIDOS PARA LA GLORIA


Houston, desacople correcto. Nave Soyuz alcanzando punto para maniobra descenso.

Recibido, ISS. Soyuz pasa control Baikonour, reentrada en siete minutos… ISS, pasamos banda Ku.

Banda Ku, recibido.

El ciclón cubría el océano con una espiral de nubarrones en su avance hacia Ceilán; la Soyuz, cada vez más minúscula, parecía que sería engullida por las nubes de forma sobrenatural.

¿Antonio?

Chisporroteo de las comunicaciones, el Sol poniéndose sobre Madagascar cambiaba los matices del océano hasta difuminarlos en la oscuridad sobre Australia y la Micronesia; toda Oceanía y el Sudeste asiático era un titilar de millones de granos de arroz que perfilaban el continente, sus arterias y los archipiélagos. En el Ártico flameaba la Aurora. Los Dioses tienen aquí su paraíso, pensó. Sintió un escalofrío y se apartó del ventanal de la cúpula donde había apoyado la mejilla en trance.

¿Estás ahí?

Sí, Houston. Perdonen.

¿Qué se siente siendo el único tripulante de la estación?

Más aliviado cuando tenga que ir al baño.

Las risas y los silbidos estallaron.

Al menos te has librado de Emer.

¡Por fin! Las noches fueron una pesadilla. Soñaba que el módulo de descanso se despresurizaba por algún fallo estructural para acabar despertándome sus ronquidos.

Serás quejica, Emer lleva veintitrés años casada… —Las carcajadas en el centro de control apagaron su voz.

Bueno, amigos, si no tienen nada pendiente para mí voy a descansar que mañana llega el módulo de carga.

En doce horas iniciamos el protocolo de atraque de la nave Progress. Buen descanso Antonio. Corto.

Sonreía y se despidió de ellos. ¿Su familia? Suspirando palpó el bolsillo, registró sin éxito su interior. Buscó entre el cableado y las tuberías del sistema de soporte vital, los monitores. Nada. Fue hacia la esclusa y miró hacia el otro compartimento. Allí estaba flotando una fina línea de papel fotográfico combado. Sofía y Melki nunca perdonarían que les abandonara en el espacio. Risueño continuó hasta llegar al laboratorio japonés.

¿Cómo se encuentran hoy, muchachos? —Ellos no le iban a prestar atención. Suficiente tenían con la ausencia de gravedad. El Hamster macho flotaba girando tras varios granos de maíz en su jaula, mientras la hembra aferrada a su noria bebía del conducto de agua. —Chicos son unos privilegiados, van a pasar a la historia de la humanidad si consiguen tener descendencia. No malgasten su tiempo. Les guiñó el ojo y se fue a descansar. Por fin dormiría de un tirón tras un mes con pesadillas.

Sofía le susurraba al oído mientras su cuerpo flotaba inerte en el agua tibia de la alberca. El sol jugaba al escondite tras las nubes intermitentes. El teléfono de su hijo comenzó a sonar con un zumbido extraño, incrementando su intensidad mientras Melki lo ignoraba.

Melki... por favor... atiende la llamada... ¡Melki!. —Oyó su propio grito al mismo tiempo que percibió el zumbido y las luces de emergencia del módulo. Dios mío, no puede ser verdad, pensó.

Se puso el traje Sokol, se desplazó al módulo Zvezdá comprobando los indicadores críticos. Resopló al comprobar que sólo fallaban los dos enlaces de radio, la estructura permanecía intacta. Ya más relajado se encaminó al módulo de comunicaciones. Al pasar cerca de una escotilla panorámica, la escena le puso los pelos de punta. A oscuras la mitad de Europa estaba arrasada por gigantescos incendios y el continente Americano amanecía salpicado de cráteres y humo. La Estratosfera brillaba iridiscente bajo una densa lluvia de bólidos. Ningún sistema de comunicaciones satelital podría sobrevivir aquello, ni tampoco la Estación, pensó.

Antonio sintió como si un par de cangrejos se estuvieran peleando en su vientre. Maldijo su suerte y comenzó a golpearse su casco negando con impotencia hasta que una sacudida y trozos volando de paneles fotovoltaicos anticiparon el estruendo y la despresurización. Miró por la escotilla que daba a los paneles. Las estrellas desaparecían y solo quedaba oscuridad, una oscuridad artificial.

La cápsula de escape, se dijo impulsivamente. Transitaba esperanzado el segmento ruso pero la estación colapsó, todos los sistemas fueron fallando, y lo envolvió la oscuridad . Solo el haz que iluminaban las luces de su casco le mostraba el caos de cables, paneles y tuberías en el que se había convertido la estación. Comenzaba a sentir frío. No podía avanzar, se agitaba como una mosca en una tela de araña. Hiperventilando, su corazón saltaba en sus oídos. Pero se paralizó, sus ojos quisieron gritar como su boca.

 
Un exoesqueleto biomecánico cubría los miembros inferiores de un ser bípedo que se aproximaba atravesando la maraña. Su tronco no difería, un brillo metálico traslucía a través del perfil orgánico. Sintió un pinchazo y un escalofrío eléctrico eclipsó su mente.

El murmullo del oleaje, la brisa marina, el cálido sol. Antonio comenzó a mover su dolorido cuerpo sintiendo la arena en sus manos. Menuda pesadilla, se dijo desorientado. Se incorporó, pestañeando por la luminosidad y se restregó las manos en su camiseta, pero se detuvo. Vestía su traje espacial. Miró alrededor, parecía una playa caribeña, pero nada aparentaba ser real. A veinte metros había una mujer quitándose un traje espacial chino. Sorprendido, gritó y corrió torpemente a su encuentro. Ella no se inmutó. Algo le paró en seco derribándole, entonces la mujer se acercó arrojando una piedra que hizo que se iluminase la malla invisible que los separaba.

Espero que tengas algunas respuestas, susurró ella —Esbozó una angustiada sonrisa y miró perpleja hacia las hamacas, los columpios y la piscina del bungaló.

 


 


martes, 5 de octubre de 2021

Reto de escritura 5 líneas – Octubre 2021 – Fuerza, pasear y sesión.


 

Finalizada la deliberación en la sesión del concilio. Poco a poco salimos a pasear al claustro. Allí todo comenzaba a ser festivo, bullían con fuerza los corrillos de brujas y magos hasta dispersarse para rodear otra nueva actuación. Un hechicero encantaba ratones que comenzaron a bailar como cosacos. La tristeza me embargaba por la disolución de nuestra Orden, pero la Inquisición había comenzado a matar almas inocentes.

viernes, 24 de septiembre de 2021

Volver a empezar

 


Lo apodaban Melquiades, de su verdadero nombre nada averiguamos, y de su origen nuestros padres contaron que le debían la vida por liberarlos del orfanato tras aquel funesto día. En algunas ocasiones, cuando el techo de nubes estaba más turbio y llovía ceniza, nos reuníamos alrededor del fuego para escucharle, nos hablaba del último día antes de la gran oscuridad.

Él acababa de subir al pico más alto de la sierra, el valle era verde, los pueblos coloridos y las transitadas carreteras que comunicaban con la capital parecían juguetes a sus pies. Era un bello mundo multicolor nos repetía. Permanecíamos callados, asombrados. Pero algo cayó desde los cielos y un destello blanco lanzó sombras alargadas. Cuando se giró una enorme hongo de fuego crecía donde estaba la ciudad. Aquel no fue el único.

Hace una década aún salía con los exploradores, buscando algo que no lograba encontrar. La profecía, nos decía, está incumplida y cabizbajo permanecía en silencio. Pero a veces, con la mirada vidriosa, nos repetía la leyenda que le contase su madre sobre los lotófagos. Nuestros ojos reflejaban su inquietud.

Pero los cazadores susurraron sobre una aparición, y a pesar de sus años logró llegar a la laguna señalada. Flotando mecida por el viento brillaba como ascuas una flor hasta que desapareció entre sus manos. Él se quedó allí flotando, la flor entre sus dientes, mientras se alejaba de la orilla.

Desde entonces las partidas de cazadores pasamos por la laguna y volvemos a relatar sus historias.

 

   

Volver a Empezar de José Luis Garci.

 

lunes, 13 de septiembre de 2021

Reto de escritura 5 líneas – Septiembre 2021 – Mecanismo, modas y construir.

 


 

Luchar contra las modas era un reto propio de titanes, ya hacía meses que Miguel no salía de su taller atareado en desarrollar el extraño mecanismo. Nadie apostó por él cuando quiso hacer inocua cualquier arma de fuego, pero todos se rindieron ante su éxito. Ahora consume los días entre probetas buscando el aceite primordial para construir su dispositivo total, y lograr que las personas en vez de agredirse se regalen flores.



sábado, 10 de abril de 2021

Ni olvidan ni perdonan.

 

No entiendo por qué, a pesar de los desinfectantes, persiste el olor a vómito y fármaco, lo puedo notar pegajoso en mi piel, en las sábanas. Sin embargo, gracias a mi respirador artificial, me mantengo en un grito eterno saboreando el aire del tubo de plástico que se introduce por mi boca. Eso sí, de vez en cuando, alguna alarma adereza mi vigilia, sea por el fallo de una bomba de infusión o la obstrucción de algún catéter. Entonces, unas figuras borrosas revolotean a mi alrededor, laboriosas hasta que regresa la niebla de ruidos del monitor con mis constantes vitales. Sonidos extraños que me inquietan y roban el sueño hasta que caigo en las sombras.

Desconozco cuántas horas me he perdido por el efecto de los analgésicos, pero ahora que regresa el dolor vuelvo a mi consciencia enfermiza. Seca la boca, las llagas distraen mi mente, nada ha cambiado a mi alrededor: Ahí sigue el carrito con medicamentos e instrumental esterilizado, más allá el cesto de residuos que supura vahos, a mi izquierda el desfibrilador, todo igual como cada día y cada noche desde hace… no sé, he perdido la cuenta, días, semanas, meses… ya, qué más da.

Un pitido agudo y continuo brota repentino y se esconde exasperante en mis oídos sin ánimo de salir. A pesar de que busco con la mirada su origen, sin mucho éxito, los ojos se me acaban humedeciendo, ella ha llegado, aunque no la pueda ver aún.

A veces tengo dudas, ¿será el efecto de los sedantes? Pero cuando la veo aparecer, con su aire impasible, a los pies de mi lecho terminal, entonces todo el vello se me eriza como a un gato acorralado en peligro. Y su voz aterciopelada, que sigue igual después de más de seis décadas muerta, acrecienta la tensión de mis miembros inermes.

—Creo que hoy, por fin, voy a cobrarme lo que es mío, cariño —dice recitando sus palabras con una entonación mortecina. Sonríe y comienza a moverse, jugando con sus dedos que atraviesan sábanas y mantas, hasta el otro lado de la cama.

Sus palabras agitan los recuerdos que enturbian mi mente. Siento una punzada de dolor en la garganta al no parar de tragar saliva infructuosamente. «No fue culpa mía... yo solo tenía siete años», intento excusarme con obstinación, pero solo surgen unos sonidos guturales apagados. Perlas de sudor brotan en mi rostro que ruedan lentas y graves.

—¿De verdad? —susurra ella mientras pone un mohín apenado. Un frío inhumano sube por mis piernas y entumece mi brazo. Junto a mí se agacha hasta casi rozar con sus labios mi sien—. ¿Y aquella sonrisa? —gime y chasquea la lengua—. Sí, aquella sonrisa tan dulce que tenías mientras te acercabas a la bañera con mi secador de pelo.

Muerdo y al instante cedo por el miedo a tragarme el conducto del aire. Comienzo a verla borrosa, alguna lágrima corre presurosa hasta provocarme picor en los lóbulos de las orejas. «¡Te juro que yo no quería!¡Te lo juro por Dios, mamá!». Los ruidos guturales suenan atormentados. Un susurro brota en mi mente, procedente de confines lejanos y familiares: «Resiste… no te rindas».

—¿Te equivocaste? Ah... ¿Fue un error?... Entonces... —Parece paladear cada palabra mientras se incorpora— cuando encontré la cajetilla de fósforos en el cajón de tu mesita... Sí, sí, precisamente el día después de que ardiera el garaje donde estaba trabajando tu padre. Aquello, también fue sin querer, ¿verdad? —Su voz denota cierto alivio y desdén, un bálsamo que humaniza su sonrisa de victoria. Suspira y pone una mano sobre el monitor de constantes vitales y comienza a silbar una triste melodía. Solo su tonada surca el aire entre ella y yo.

Las notas engendran descoloridas figuras inconexas que fraguan imágenes moldeando la oscuridad en mis recuerdos. Risas, muchas risas, Toby lamiéndome la mejilla, un azul cegador entre las blancas nubes, el sol escondiéndose de las flores. La música de papá. Yo jugando con los rulos de mamá, sonriendo en el espejo del pasillo con el secador en la mano. Abriendo los ojos con éxtasis al escuchar a mamá cómo me pedía ayuda para secarle el pelo. La tortuga verde azulada que alfombraba el baño y que me hizo tropezar otra vez. Todo se apagó y mamá se quedó mirando al techo cada vez más fría en la bañera. El secador bajo el agua. Poco a poco la oscuridad en la casa se descompone en figuras que se funden proyectando sombras hasta que todo queda negro.

Abro los ojos queriendo abrazarla. Mi espalda se tensa por un instante para dar paso a una laxitud que invade todo mi cuerpo. El dolor cede hasta que se difumina. Tibios orines y heces fluyen bajo el pañal. Unas figuras verdosas comienzan a deambular alocadas a mi alrededor al son de la cancioncilla que mi madre continúa tarareando. Oscuro flota sobre mí un cuchicheo, impenetrable, misterioso...«Fibrilación ventricular confirmada... Cargando paletas... Atención, choque, todo el mundo fuera». Pero ella se ríe, una risa desenfrenada, estéril, dolorosa. Una risa que mutila cualquier otro recuerdo. «No te rindas, aguanta», escucho en mi mente como un cuerpo extraño y ajeno a mí. Una explosión de blanco vacío arrasa mi mente. La nada.

El pitido escondido en mis oídos se vuelve cadencioso y reanuda el sendero vital que el tiempo siempre dilata a su antojo, antes de que llegue al final.

 



 

martes, 16 de marzo de 2021

Nunca digas de este agua no beberé.

 

 

Las manos etéreas agitaron el cubilete con la parsimonia que solo da la eternidad, los dados repiquetearon en los cielos gloriosos arrojando relámpagos y truenos.

La tempestad seguía azuzando inclemente aquella noche de Enero de 1832. El buque medio desarbolado por los vientos peleaba por trepar las enormes olas que sin tregua le iban arrinconando contra la Costa de la Muerte. Los marineros más curtidos se mantenían en cubierta, atados a cabrestantes y aparejos, forcejeando entre la espuma para descabezar el abatido palo trinquete. El timonel oteaba desesperado la oscuridad sin hallar el maldito faro fantasma. Un nuevo resplandor les hizo abandonar su lucha para asirse horrorizados al maderamen. La montaña de agua y el trueno embistieron al unísono la nave, arrancando aparejos, partiendo el palo mayor, e inclinando la embarcación hasta asomar la quilla. El capitán no pudo impedir que el bergantín zozobrase aquella calamitosa noche.

 A la tarde siguiente, los restos del naufragio encallaban en la arena, el salitre que las rachas de viento arrastraba teñía de gris los raqueros que deambulaban por la playa rapiñando los cadáveres y la mercancía de valor que la mar les regalaba. Pero evitaban acercarse, santiguándose, al desharrapado superviviente que arrodillado con los brazos en alto clamaba a los cielos con voz compungida; jurando al todopoderoso que por salvar su vida se ordenaría sacerdote al regresar a Shrewsbury, su pueblo natal. Un anciano gritó pidiendo ayuda, con esfuerzo sacaron un cofre bajo los restos de un bote con la inscripción HMS Beagle.

 

viernes, 5 de febrero de 2021

Perfidia

 

Cristina dormía arrullada por sus propios ronquidos, con el picardías para la noche de los sábados desacomodado y resaltando sus exuberantes lindezas. Mientras Antonio, su marido, sucumbía por la atracción del peso de su mujer, y su bigote de foca con involuntaria perseverancia ponía en duros aprietos el pezón derecho de su esposa.

Los alegres ronquidos perdieron el ritmo por el contrapunto que Cristina comenzó a sentir en la sacrosanta zona de sus esplendorosas nalgas. Cuando advirtió que la presión en su pecho no era del sujetador descolocado sino de la zarpa de su marido, entreabrió los labios y con un agónico suspiro arrimó su trasero en obscena cucharita. Morderse los labios y escuchar a su dormido marido pedirle más consiguió que comenzara a salivar con la respiración agitada.

Antonio la solía despertar de madrugada casi siempre con algún cuesco descompuesto, otras con un hilillo húmedo como de caracol por su pecho, y las menos con algún codazo involuntario en las costillas que se llevaba la correspondiente respuesta. Que le quitase el sueño a las cuatro de la madrugada con ese vaivén lascivo merecía como premio un desayuno continental para su Antonio, rumió Cristina.

—¡Toma, toma más, toma guarra! —parloteó entre sueños Antonio mientras crecía la mueca de placer de Cristina que se reconcomía por coger el ritmo sincopado con su trasero, y se imaginaba un par de cochinos retozando en un lodazal.

—¡Toma más Teresa, guarra... más!

—¿¡Teresa!? —masculló desconcertada.

Antonio nunca supo cómo llegó al suelo revuelto con la sábana y se hizo el chichón. Alguna mala pesadilla dedujo. Entretanto observó con alivio el plácido sueño de su encantadora mujer, embelesado con su respiración al fin decidió recuperar el sueño.

Horas después, con el canto de los gorriones, Antonio fue recuperando la consciencia para descubrir su cuerpo dolorido. Pensativo, sin poder recordar la pesadilla, se atusaba el bigote; con paso inseguro se dirigió a la cocina donde ya escuchaba a su esposa preparar el desayuno.

—¡Buenos días, cariño! —dijo Cristina mientras servía una taza—. ¿Café?

—Hola, cielo. Por favor —respondió mientras se sentaba renqueante.

—¿Bien cargadito, verdad? —confirmó sirviendo la taza llena.

—No te lo vas a creer. —Comenzó mientras removía con la cucharilla— Ayer tuve una pesadilla horrorosa... — Y le dio un buche al café.

—¿Sí?, cuenta, cuenta —solicitó mientras reculaba alejándose para que no le salpicara la arcada que tendría Antonio.

—Puaj ¡Joder, qué asco!

—¿Pero, qué te pasa? —Dramatizó.

—¡Que el puto café está salado! —renegó mirando la taza mientras se limpiaba la boca con la manga.

—¡Ay, cielito mío! Seguro que me he despistado al reponer el azucarero —lamentó reprimiendo una sonrisa. —¡Ay, qué boba!

—Nada, no te preocupes. Ha sido la impresión más que nada. Voy a ducharme, que tengo partido de tenis con Miguel, desayuno luego —dijo dándole un beso en la mejilla—. Vaya día que llevo —rezongó por el pasillo tocándose el chichón.

Cristina aún insatisfecha, buscó en el frigorífico la botella de bebida isotónica de su marido, se detuvo junto a la puerta hasta que escuchó la ducha, cogió un embudo y el bote de cayena molida. Fue un visto y no visto, todavía se oía la ducha mientras ella agitaba la botella bailando rumbosa por la cocina al son del bolero que ponían en la radio. Pero sonó el teléfono y se le borró la sonrisa.

—¿Diga?

—Hola Miguel. Sí, sí, ya me ha dicho Antonio. Se está duchando. Sí, no faltaría más, ven cuando quieras.

—Por cierto... ¿Qué tal en el trabajo? He notado a Antonio algo tenso.

—Sí, ya, ya imagino, ya, en todos lados está igual. ¡Ah, tenéis personal nuevo en la oficina? ¿Una mujer! ¡Qué sorpresa! ¿No se llamará Teresa, verdad? —exclamó mientras retorcía el cable del auricular.

—¡Ah! ¡Je,je,je! Una que es un poco bruja —bromeó forzando la risa.—¿Que el jefe la tiene en palmitas? —Menudo viejo verde pensó. —Vaya. ¡Muy elegante? ¿Dulce como un bombón, dice! Vaya con el Jefe.

—Nada, nada. Luego te veo. Adiós.

El sonido de la guillotina no difería mucho del que produjo el teléfono al colgar Cristina. Apoyó la cadera en la encimera, cruzó los brazos asiendo una sartén y esperó que llegara su amado Antonio.

—¿Llamó Miguel?

—Sí.

—Y te dijo a qué hora me recoge.

—Sí.

Antonio, intrigado, se acercó meloso a sonsacarle pensando que su traviesa mujer quería jugar con él.

—¿Te ocurre algo, cielo?

—No. ¿Y a ti?

—Bueno, hoy no está siendo uno de mis mejores días. Lo reconozco.

—¿Quién es Teresa?

—¿Teresa? ¿Qué Teresa?

—Antonio, no disimules. Tu compañera. Miguel ya me ha puesto al corriente. ¿Un encanto, no!

—Ah... sí, es cierto, muy maja. Había olvidado comentártelo. Pero. ¿No… no estarás celosa? —manifestó sorprendido.

—¿Debería estarlo? —respondió cortante.

Antonio mantuvo durante unos segundos una cara de incredulidad propia de experimentar una aparición mariana.

—Cariño, le falta un año para jubilarse. Podría ser mi abuela —sentenció estupefacto.

Los pitidos de un claxon interrumpieron tan idílica escena conyugal.

—Bueno. Me voy que Miguel está esperando. Luego hablamos —dijo y le dio un beso que la dejó descompuesta y cavilando a contrarreloj.

—Antonio. Esta tarde ya no vamos al cine con mi hermana —exclamó conciliadora.

—¿Y eso?

—La quiero para nosotros dos solos —susurró acaramelada mientras calculaba si tendría tiempo para ir a casa de su madre a pedirle prestado alguno de los vestidos que aún atesoraba de su abuela.